EL CAMBIO DE UN PANTALÓN 09-10-2016
María Marín, brindo para ti esta
entrada
Hay
dependientas de muchas clases, yo misma lo fui en mi dorada juventud, y me
parece una profesión muy digna, bonita y en muchas ocasiones difícil y muy
trabajosa, se llame como se llame el mostrador tras el que has de atender a
toda clase de público.
En esta
ocasión me referiré concretamente a ese corte extranjero, donde dependientas y
dependientes trabajan tan como burras y asnos; y son ninguneados por sus “glamurosos”
jefes, igual o más que en cualquier supermercado de barrio.
Ocurre
que muchas
de estas señoritas –salvo algunas honrosas excepciones- miran al cliente como
por encima del hombro y lo tratan como
si fueran semi diosas y el cliente una mierdecilla que debe adorarlas y rendir
pleitesía. Evidentemente no todas, pero sí lo son más que en cualquier otra
empresa. He de reconocer también que los chicos de esta gran superficie son menos
“altaneros” que sus féminas compañeras o
al menos así lo percibo.
En
este caso nadie es más que nadie, por tanto no ofende quien quiere sino quien
puede y si ellas son vendedoras, cualquier cliente en ese momento es mucho más importante
para la empresa que ellas… aunque las joda.
Hace
unos días tuve que ir a ese local de alto copete “El corte forastero”, a llevar
un pantalón defectuoso de mi marido de marca conocida y comprado en rebajas,
que para eso están, para que las “pobretonas” como yo, nos beneficiemos de
ellas.
Bien,
pues el pantalón había perdido su color en las primeras “posturas”. Lo lavé a
mano porque llevarlo a cambiar usado me parece una guarrería, por muy limpio
que estaba del poco uso. Sobra aclarar que lo sequé en el tendedero interior de
casa, no al sol ni al aire.
Al
ver el pantalón, la dependienta muy amable enseguida me hizo ver que tenía
razón, pero aun así hubo de preguntar a otra “superior”, bajita cuyo rostro exageradamente
maquillado no pudo ocultar la apariencia de medio boba; que me miró con cara de
“soy más guay que tú, y más guapa, y más lista”… Ésta dijo con gestos de exagerado
menosprecio al pantalón, que estaba decolorado por haberlo tendido al sol… la
hice comprobar que no, porque hubiera tenido marcas de la cuerda o de las
pinzas de tender y no las tenía… entonces con sus dotes de idiota, su pelo liso moviéndose al son del aire
acondicionado del local como las algas
en un estanque y cara de boquerón en vinagre, me dijo: “con el aire de la calle
al usarlo pierde el color”…
Ante
tamaña desfachatez (que no podría denominar explicación), muy digna yo, en vez
de mandarla bien lejos y ponerme como lo que ella pensaba que soy… (Una
barriobajera estúpida y gorda); la miré fijamente a los ojos y dije educada, tranquila y lentamente: “Tú
tienes la obligación de dudar de mi, pero yo tengo el derecho a que me creas,
sobretodo porque te estoy diciendo la verdad y tú sólo expones absurdos
razonamientos que podrás darle a otro más tonto, pero no a mí…
Sólo
la faltó ponerme la alfombra roja… pidió disculpas casi hasta en hebreo y me
cambió el susodicho pantalón.
Mi
despedida –sin dejar de mirarla directamente a los ojos- fue: “La próxima vez,
estudia un poco más tus razonamientos y calma el ímpetu de tu prepotencia. Yo
sólo soy un simple cliente, y tú no eres más que una dependienta… Buenas
tardes…