NO COMPRES EL VESTIDO DE NOVIA EN "ARRAS VILLANUPCIAL" DE VALLADOLID -08-11-2011-
Si alguien me hubiera advertido, seguramente ahora no estaría escribiendo esta crítica; ojala llegue a tiempo de evitar que alguna muchacha próxima a casarse, entre en esa tela de araña llamada “Arras Villanupcial” situada al lado del cementerio del Carmen de Valladolid; y ponga sus ilusiones en manos de irresponsables que les hagan vivir la pesadilla que vivimos en vísperas de la boda de mi hija, que como única mancha, para que todo hubiera salido maravilloso, fue el disgusto y las desazones que sufrimos por culpa de “Arras”.
De haber escuchado a otras personas contar un relato parecido a este, seguramente hubiera dicho: “Si me pasa a mí, me muero” O “Yo me hubiera puesto a gritar como loca soltando toda clase de improperios”.
Pues no, ni te mueres, ni gritas, sólo piensas en que se solucione el problema, y sabes que gritando sólo pondrías más nervioso a quien debe arreglarlo; aunque ganas de decirle cuatro cositas bien cerca del oído a la primera inepta que tocó el vestido, ni me faltaron, ni me faltan.
Empezaré por el principio para que –como siempre- todo os quede muy clarito queridos lectores.
Justo ocho meses antes del evento, entramos casualmente a mirar “lo más importante en una boda”: el vestido de novia, que suele llevarse un elevado tanto por ciento de las miradas de invitados y curiosos.
Fuimos tratadas con delicadeza y esmero durante el tiempo en que a la futura novia le probaban diferentes modelos. Cuando finalmente encontró uno que casi se ajustaba a sus deseos, sugerimos si fuera posible colocarle unas mangas medievales, entonces sí, sería perfecto para ella.
Sin problema ni pega alguna, se nos ofreció la reforma y se nos aseguró que el vestido quedaría precioso con el nuevo diseño.
En ningún momento nos empeñamos en imposibles, simplemente sugerimos y se nos ofreció lo que deseábamos.
Salimos de allí contentas y felices aguardando que el tiempo pasara y llegara el día de la primera prueba cuya cita se cumplía el 2 de septiembre, un mes antes de la fecha del enlace.
Ese día, como era de esperar, el vestido no estaba perfectamente ajustado, una primera prueba ya se sabe que suele ser así.
La modista no fue precisamente amable, ni tranquilizadora su actitud poco resuelta, pero quedaba mucho tiempo y confiábamos en que la segunda prueba fuera la definitiva, o casi.
La segunda cita fue el 16 de septiembre; se acercaba la fecha y se acumulaban los últimos preparativos, pero confiábamos estar en las mejores manos en cuanto a profesional costurera ¡Ja!
El día 16 no sólo no sentaban bien las mangas, además la modista supongo que harta de no dar con el perfecto acoplamiento de estas, y viendo que el tiempo se le echaba encima para hacer un trabajo digno, al volver a vestir a la novia, en vez de tranquilizarnos, fue aun más desagradable y volvió a darnos una tercera cita para prueba que ya ni imaginábamos que se daría, porque pensamos que el problema estaría ya subsanado a tan solo dos semanas de la boda y habiéndolo comprado tantísimos meses atrás.
Hasta aquí podría ser aguantable de nervios y desazones, pero el tiempo realmente se nos echaba encima y no veíamos que la profesional del hilo y la aguja lo fuera tanto.
La cita esta vez fue para el jueves 22 de septiembre y allí estábamos como clavos confiando una vez más en que estábamos en manos de buenos profesionales y que aquel día el vestido estaría ya sí o sí, perfecto.
Cuando llegó la ayudante a vestir a la novia, no quise verle la cara de circunstancias, pero sí pudimos ver que las mangas no sólo no estaban correctamente colocadas, además el escote estaba retorcido, como si lo hubiera tocado una manazas sin idea de coger una aguja enhebrada.
Entonces fuimos informadas que la “modista” había tenido que “salir urgentemente al médico”, es decir, la impresentable nos había dejado tiradas, no tuvo profesionalidad ni para saber confeccionar, ni para enfrentarse al desastre en que había convertido el vestido de la novia a tan sólo una semana de la boda.
En aquel momento nos proporcionaron otra modista, que pese a tener que “comerse el marrón”, nos trató con el respeto que sin duda merecíamos.
Esta mujer, nos aseguró que ella confeccionaría bien el vestido y con exquisita educación, pedí que no volviera a tocar el vestido la otra irresponsable –me niego a denominar otra vez modista a quien no nos demostró serlo mínimamente profesional-.
Así nos dijeron que sería, y nos emplazaron para una “primera prueba”; si, si, una primera prueba –para esta mujer lo era- el martes 27.
Por increíble que parezca, y pese a lo que estábamos teniendo que sufrir, en ningún momento levantamos la voz, ni nos pusimos agresivas, ni nos subimos por las paredes, ni insultamos… cosa que cualquiera en nuestro lugar hubiera hecho presas de los nervios y la preocupación que conlleva la preparación de una boda; el tenerlo todo listo a una semana del evento, excepto –repito- algo tan importante y primordial como es el vestido de la novia.
A todas las otras pruebas habíamos ido siempre mis tres niñas, la madre del novio y yo. Esta última semana mis dos pequeñas por turno de trabajo no pudieron ir y puntuales volvimos a la maldita tienda “Arras” el martes día 27 de septiembre, la novia, su suegra y yo, sabiendo que el vestido estaba desmontado y lleno de alfileres; y confiando en la profesional modista que con educación, tacto y hasta con cariño, nos atendió durante más de una hora y volvió a emplazarnos al jueves 29 para una definitiva prueba; al menos eso pensábamos.
A las 4 de la tarde del jueves ahí estábamos nuevamente las tres y el vestido hilvanado. Las mangas seguían sin asentar bien, las soltó del hilo, las colocó con alfileres sobre la “maniquí”, y cuando iba a quitárselo y volver a llevarlo al taller para hilvanar y volver a probar. ¡¡Eureka!! Por arte de magia, vi que el forro asomaba más de tres centímetros por debajo del final de la gasa del vestido.
A punto estuvo de darme un parraque al verlo; no sabía cómo decírselo a la modista para no angustiar más a la ya atormentada novia.
Más de una hora después, regresó la modista contenta y confiando en que por fin las mangas estarían listas para coser a máquina y el bajo reparado, a ras del suelo… casi me caigo de espaldas al comprobar que la eficiente muchacha había cometido un fallo de nervios y estrés colocando las mangas al revés.
No sabía en qué forma pedirnos perdón mientras nosotras –juro por lo más sagrado- continuamos con exquisita educación y paciencia increíble, sin levantar la voz y confiando en que ella lo solucionaría, aunque nos costara seguir esperando en aquella sala pese a todo lo que hay que hacer los últimos días en que sólo quieres que todo salga bien y has trabajado duro para pasarlos tranquila.
Otra hora y pico después, regresó, volvió a vestir a mi niña y como ya parecía que todo iba bien, quedamos en recoger el vestido al día siguiente, ya viernes víspera de la boda. Salimos del probador agotadas física y anímicamente más de cuatro horas después de haberlo ocupado.
Por fin era viernes, víspera del ansiado uno de Octubre y sin demasiada tranquilidad, a las cuatro de la tarde volvimos al probador de Arras, el lugar que se había convertido en nuestra pesadilla.
Hasta al menos las cinco, no apareció nuestro vestido que estaba rematado, tan sólo a falta de plancha, listo para un último vistazo.
Se lo probaron y por enésima vez las mangas continuaban cayéndose.
La encargada rezando por cobrar, apuntaba soluciones tan urgentes como absurdas. La eficiente modista, tan agotada de vestido como nosotras mismas, volvió a alfilerearlo y otra vez al taller con él.
Estoy segura que hubiera habido solución más rápida, aunque conllevara haber cambiado el corpiño entero y a eso no estaban dispuestos en “Arras”, por eso el arreglo nos costó a nosotras el tiempo y a ellos coste cero, porque tampoco creo que le hayan pagado a la modista las incontables horas extras que tuvo que echarle a la reparación, cuando un corpiño nuevo lo hubiera hecho mucho más rápido y lo hubiera quedado perfecto, ya que todo el problema estaba en que en fábrica lo confeccionaron tal y como fue diseñado, sin contar con que llevaría mangas y lo primero hubiera sido reformar el patrón antes de cortar la tela para tirantes, en vez de hacerlo para un pegado de mangas.
A las seis de la tarde el vestido finalmente estuvo listo para plancha y nosotras para esperar a llevárnoslo a casa.
A más de las ocho de la tarde por fin pagué íntegramente el vestido y tanto la encargada como la modista, nos dieron las gracias por nuestra impecable actitud durante tantísimas horas de espera en tan complicados días para nosotras y por no habernos puesto como energúmenas con ellas, pese a tener toda la razón del mundo para habérnoslas tirado al cuello en varias ocasiones.
Juro que ni aumenté ni disminuí una coma. Todo ocurrió tal y como lo relaté.
Imposible olvidar la cara de resignación y angustia de mi tesoro cada vez que le ponían y quitaban incontables veces su precioso vestido de gasa y con su gripe a cuestas por culpa de los nervios, las interminables y aburridas horas en el probador sin poder hacer otra cosa.
Cuando llegué a casa, colgué el vestido de la puerta más alta del armario para que la cola no rozara el suelo, y al contemplarlo, cual no sería mi sorpresa al comprobar con horror, que en una de las capas de la cola tenía un desgarro que habían disimulado con un horrible parche. Recé (en arameo) para que nadie más que yo viera semejante chapuza y así fue; el vestido al día siguiente estaba precioso y mi hija radiante, feliz y olvidando que las mangas seguían deslizándose del hombro por culpa de la mala confección, lo lució, lo jaleó, lo bailoteó, lo disfrutó y fue la novia más rebonita del universo, olvidando todo lo sufrido por culpa de “Arras”, pero como yo no quiero que la historia se repita en otras niñas, ni en otras madres, aquí os quedo el relato.
Me daría por satisfecha sabiendo que quien lea esto, se convierta en una cliente de menos para esta tienda “Arras Villanupcial” que arruinó nuestra tranquilidad la última semana antes de la boda y estuvo a punto de arruinarnos el día más importante en la vida de mi hija.